Las condiciones de existencia de un organismo son de dos especies: por una parte, las que se renuevan sin cesar, que persisten sin modificación a través de numerosas generaciones. Una voluntad adaptada a esas condiciones, conforme con ellas, llega a ser hábito que se trasmite por herencia y se acrece por la selección natural; se convierte en instinto, en movimiento impulsivo; el individuo termina por obedecerlo en todas las circunstancias, hasta en las anormales, en las cuales esta obediencia en lugar de favorecer la existencia y conservarla, la perjudica y a veces acarrea la muerte. La causa primera de esa impulsión no es menos la voluntad de vivir.
En el hombre, en fin, la inteligencia adquiere un grado tal que llega a crearse órganos artificiales, armas y herramientas, a fin de asegurar mejor su existencia en medio de las condiciones en las cuales se encuentra. Luego, obrando así, crea nuevas condiciones de existencia a las cuales debe adaptarse. Así es como el progreso técnico, producto de inteligencia elevada, favorece a su vez el progreso de la inteligencia.
El progreso técnico es también una consecuencia de la voluntad de vivir, pero la modifica de modo notable. El animal quiere solamente vivir como ha vivido hasta entonces; no pide nada más. Por el contrario, la invención de una nueva arma o de una nueva herramienta entraña la posibilidad de vivir mejor que precedentemente, de procurarse nutrición más abundante, más ocio, más seguridad o, en fin, de satisfacer nuevas necesidades antes desconocidas. Cuanto más se desarrolla el aparato técnico, más la voluntad de vivir se transforma en voluntad de vivir mejor.
Esa voluntad es la que caracteriza al hombre civilizado. Ahora bien, la técnica no modifica solamente las relaciones entre los hombres y la naturaleza, sino también las relaciones de los hombres entre sí.
El hombre forma parte de los animales sociales, es decir, de aquéllos cuyas condiciones de existencia no les permiten vivir aislados, sino solamente en sociedad. En este caso la voluntad de vivir es la voluntad de vivir con y para los miembros de la sociedad. El progreso técnico, al modificar las condiciones de existencia en general, modifica también las condiciones de la vida y de la cooperación sociales. Llega, sobre todo, a este resultado al procurar al hombre órganos distintos de su propio cuerpo. Las herramientas y las armas naturales, uñas, dientes, cuernos, etc., son comunes a todos los individuos de la misma especie, siempre que sean del misino sexo y edad. Pero las herramientas y las armas artificiales pueden llegar a ser propiedad de ciertos hombres con exclusión de los demás. Los que disponen exclusivamente de esas herramientas o de esas armas viven en otras condiciones que los que están desprovistos de ellas. Así se forman diversas clases, en el seno de las cuales la misma voluntad de vivir reviste formas diferentes.
Un capitalista, por ejemplo, en las condiciones de existencia que le son propias, no puede vivir sin obtener ganancias. Su voluntad de vivir lo lleva a realizar ganancias y su voluntad de vivir mejor a esforzarse en acrecerlas. Esto ya es razón suficiente para aumentar su capital; pero la competencia tiene el mismo efecto y obra sobre él con mucha más fuerza: lo amenaza- con la ruina si no puede aumentar incesantemente su capital. La concentración de capitales no es un fenómeno mecánico que se cumple sin que los interesados lo quieran y sin que tengan conciencia de él. Sería completamente imposible si los capitalistas no tuvieran la enérgica voluntad de enriquecerse y de suplantar a sus competidores más débiles. Hay en esto una sola cosa independiente de su voluntad y de su conciencia: el hecho de que los resultados de su voluntad y de sus esfuerzos crean las condiciones convenientes para la producción socialista. Ciertamente, los capitalistas no lo quieren; pero no hay que deducir de esto que la voluntad del hombre y "la enorme función creadora de la personalidad humana" están excluidos de la evolución económica.
La misma voluntad de vivir que anima a los capitalistas obra también sobre los obreros; pero, como sus condiciones de existencia son diferentes, reviste en ellos otras formas. Estos no quieren realizar ganancias, sino vender su fuerza de trabajo; y la quieren vender a precio elevado y comprar víveres a bajo precio. Por esto fundan cooperativas y sindicatos y procuran conquistar leyes de protección obrera. De ahí la segunda tendencia que, con la de la concentración del capital, está calificada de evolución hacia el socialismo. Pero no se trata de ningún modo, en este caso, de un fenómeno privado de voluntad y de conciencia, tal como se lo concibe comúnmente.
En fin, existe otro aspecto de la voluntad de vivir que tiene también su función en la evolución social. Hay casos en los cuales la voluntad de vivir de un individuo o de una sociedad no puede ejercerse sino anulando la de los otros individuos. Un carnicero no puede vivir sino exterminando a otros animales. Con frecuencia su voluntad de vivir hasta le obliga a despojar a los animales de su propia especie que le disputan la presa o le reducen la porción correspondiente. Para ello no es necesario que los extermine, pero sí que reduzca su voluntad por la superioridad de sus músculos o de sus nervios.
La especie humana conoce también luchas de ese género, pero menos entre individuos que entre sociedades; tienen por objeto la posesión de los medios de subsistencia, luego los terrenos de caza y los lugares de pesca, hasta llegar a los mercados y las colonias. Una de ambas partes concluye por exterminar a la otra o con más frecuencia por quebrantarla y someter su voluntad. No obstante, eso no es más que un fenómeno pasajero. Pero el hombre somete también de modo durable la voluntad de otro mediante la creación de instituciones que mantienen la explotación en estado permanente.
Los antagonismos de clases son antagonismos de voluntad. La voluntad de vivir de los capitalistas está llamada a ejercerse en condiciones que les obligan a someter la voluntad de los obreros y a ponerla a su servicio. Sin esta sujeción de la voluntad no habría ganancias capitalistas, los capitalistas no podrían existir. Por otra parte, la voluntad de vivir de los obreros los impulsa a la insurrección contra la voluntad de los capitalistas. De aquí la lucha de clases.
Se ve, pues, que la voluntad es la fuerza motora de la evolución económica, la que forma el punto de partida y penetra en cada una de sus manifestaciones. Nada hay más absurdo que considerar la voluntad y las relaciones económicas como dos factores independientes uno del otro. Es, en el fondo, esa concepción fetichista que confunde la economía social, es decir, las formas del trabajo cooperativo y recíproco en las sociedades humanas, con los objetos materiales de este trabajo, primeras materias y herramientas. El fetichista se imagina que así como el hombre se sirve de las materias primas y de las herramientas para modelar a su gusto determinados objetos, la "personalidad creadora" dotada de voluntad libre se sirve de la economía para dar, según sus necesidades, formas diversas a las relaciones sociales. Puesto que el obrero es independiente de la materia prima y de las herramientas, puesto que las domina y las dirige, el economista fetichista se imagina que el hombre es independiente de la economía social y que la domina y la dirige como le place a su libre voluntad. Y como la materia prima y las herramientas no poseen voluntad ni conciencia, cree que todo el proceso económico se cumple mecánicamente, sin voluntad ni conciencia.
Karl Kautsky (El camino del poder)
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